En años recientes se ha comenzado a comprobar algo que ya muchos sospechábamos. Una gran parte de los problemas de salud que nos aquejan tienen su origen en muy pocas causas. Unas de esas causas, a la cual recientemente se le está dando mucha atención, es la inflamación crónica. Las investigaciones tienden a demostrar que ésta puede ser un agente causal o al menos contribuyente no solamente en aquellos problemas en los que la inflamación se hace evidente como la artritis reumatoide, sino en enfermedades tales como la enfermedad de Alzheimer, el cáncer, la arterioesclerosis, problemas en las válvulas del corazón, y diabetes. Estudios recientes apuntan también a estados crónicos de inflamación como una de las principales causas de la debilidad y fragilidad extrema que sufren muchas personas de edad avanzada.
Como muchas veces sucede, las mismas cosas que tienen utilidad para nuestro cuerpo son las que nos causan problemas. La inflamación es una respuesta de nuestro organismo a un trauma o una infección. Cuando sufrimos un golpe o una herida nuestro cuerpo reacciona dilatando los vasos sanguíneos de la zona afectada con lo que se produce una mayor afluencia de sangre al lugar donde está el problema. Esta mayor cantidad de sangre causa el enrojecimiento y el calor que se produce en el área. Los vasos sanguíneos también aumentan su permeabilidad dejando escapar hacia los tejidos líquidos conteniendo diversas sustancias que tienen como propósito montar un ataque contra los agentes invasores y reparar daños.
Ahora bien, existen unos estados de inflamación crónica o de bajo nivel que se producen como resultado de una infección o irritación continua, la presencia de algún agente infeccioso durante tiempo prolongado o a causa de errores del sistema inmune. Una vez iniciada la inflamación viaja a través de la sangre produciendo efectos dañinos en numerosas partes del cuerpo.
Estudios recientes relacionan estos estados crónicos de inflamación con diversos problemas de salud y enfermedades degenerativas. Una de estas es el estado de debilidad y fragilidad extrema que padecen muchas personas de edad avanzada. Se estima que hasta un 30 por ciento de las personas de ochenta años o más sufren de esta condición. Hasta ahora se pensaba que esto era un síntoma inevitable de la edad. Sin embargo, hoy se está comenzando a considerar este estado como un síndrome o enfermedad que puede prevenirse y aliviarse con una serie de medidas relacionadas con la alimentación, el ejercicio y, en algunos casos, ciertos medicamentos. Si recordamos que la fragilidad extrema está asociada a un marcado aumento en el riesgo de caídas, pérdida de movilidad y muerte, resulta evidente la importancia de prevenir o remediar este estado. Uno de los hallazgos de un estudio llevado a cabo en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y que fuera publicado recientemente en la revista Archives of Internal Medicine, fue que los ancianos que padecen de estos síntomas presentaban altos niveles en sangre de varias proteínas asociadas a estados inflamatorios. Este hallazgo es importante ya que existe evidencia de que los estados inflamatorios pueden causas deterioro de los músculos. Los otros hallazgos fueron: un aumento en la coagulación de la sangre, y una alteración en el metabolismo de los carbohidratos.
Las enfermedades cardiovasculares también parecen estar relacionadas con estados inflamatorios. Durante varios años el Dr. Paul Ridker del Boston’s Brigham and Women’s Hospital ha estado acumulando evidencia sobre esto. Un estudio reportado hace menos de un mes parece darle la razón. En este estudio, llevado a cabo con cerca de 28,000 mujeres durante un periodo de ocho años, se encontró que cerca de la mitad de los ataques cardiacos y las apoplejías ocurrieron en aquellas cuyos niveles de colesterol no se consideraban elevados. Sin embargo, se encontró que estas mujeres, por lo general, tenían niveles elevados de una sustancia conocida como CRP (por C Reactive Protein). Esta es una sustancia asociada a los estados inflamatorios que es producida por el hígado y por algunas células del sistema inmune. Los nuevos estudios indican que la presencia de niveles altos de esta sustancia son tan o más útiles que los niveles de colesterol para determinar la probabilidad de que alguien sufra un infarto o una apoplejía.
La inflamación crónica también es dañina a las células y a los vasos sanguíneos del cerebro por lo que se cree que puede estar implicada en gran medida en una gran cantidad de problemas neurológicos e incluso en la enfermedad de Alzheimer.
Una forma de detectar si una persona padece de inflamación crónica es medir el nivel de la ya mencionada proteína CRP. Este es un procedimiento relativamente sencillo y de bajo costo. Sin embargo, existen varias pruebas distintas para medir esta sustancia y no hay unanimidad en los criterios para interpretarlas. En estos momentos grupos científicos y médicos trabajan en el establecimiento de guías al respecto.
¿Qué podemos hacer?
En el caso de estados crónicos de inflamación que no cedan de ninguna otra manera existen medicamentos que pueden ser efectivos. No obstante, en la mayoría de los casos no será necesario recurrir al uso de medicamentos si tomamos unas medidas básicas relacionadas con factores tales como la alimentación y el ejercicio.
Ni siquiera es necesario hacernos una prueba para comenzar a tomar medidas que nos ayuden a combatir y/o prevenir la inflamación crónica y los problemas que ocasiona ya que, afortunadamente, muchas de estas medidas además de ayudarnos a combatir o evitar la inflamación nos servirán para mejorar otros aspectos de nuestra salud.
Un problema acerca del cual pocas personas parecen estar conscientes es que los estilos de vida y la alimentación ejercen una enorme influencia sobre la presencia de estados inflamatorios crónicos. Un ejemplo de esto es el caso de las grasas que consumimos. La mayor parte de los aceites vegetales que se emplean para cocinar contienen grandes cantidades de un tipo de grasa poliinsaturada conocida como omega 6 que promueve los estados inflamatorios. Por otra parte hay grasas, como por ejemplo, las contenidas en el aceite de pescado conocidas como omega 3 que tienden a combatir la inflamación. El problema es que en nuestra sociedad contemporánea se consume un exceso de grasas pro inflamatoria mientras se consume muy pocas grasas del tipo omega 3 con propiedades antiinflamatorias. Algunos aceites que debemos evitar o consumir en cantidades muy pequeñas son el aceite de maíz, el de azafrán y el de girasol. Igualmente debemos evitar las margarinas hechas a base de estos aceites y las galletas y confiterías hechas con los mismos. El aceite de oliva es preferible ya que la proporción de grasas del tipo omega 6 y omega 3 que contiene es mucho más favorable a nuestra salud. Otros aceites con una proporción favorable de grasas son el de canola, el de maní y el de linaza. De hecho, este último es el que posee la proporción más favorable de todos los aceites ya que contiene al menos tres veces más grasas omega 3 que omega 6.
El pescado de aguas frías como el salmón, la sardina, y la macarela contiene una gran abundancia de omega 3, Sin embargo, en la actualidad ha surgido preocupación con la contaminación de los mares con mercurio y otras sustancias. Afortunadamente, según la agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, el salmón y la sardina no acumulan grandes concentraciones de mercurio. Sin embargo, el atún y la macarela, entre otros, sí acumulan niveles preocupantes de este elemento tóxico.
Otros nutrientes y suplementos nutricionales también pueden ayudar. La vitamina K, el ácido gamma linolénico, antioxidantes como la vitamina E al extracto de hoja de ortiga (nettle leaf extract), el N acetyl cisteina y la DHEA tienen la capacidad de ayudar a reducir las proteínas inflamatorias.
La bromelaina, enzima digestiva presente en cantidades apreciables en la piña o ananás tiene la capacidad de ayudar a bloquear la formación de estados inflamatorios. Varias sustancias conocidas como flavonoides que se encuentran en una gran variedad de frutas y vegetales también poseen potentes propiedades antiinflamatorias. Según el Dr. Miklos Gabor, especialista en el estudio de los flavonoides reconocido internacionalmente, uno de los más efectivos flavonoides es el Picnogenol, extracto derivado del pino marítimo francés. Otras importntes fuentes de bioflavonoides son el repollo rojo, las habichuelas, la cebolla, el rábano, las fresas, las uvas, y el ruibarbo.
Igualmente es importante dejar de fumar.
El ejercicio y la reducción de peso son otros factores importantes para reducir los estados inflamatorios. Se sabe que la obesidad y la vida sedentaria tienen el efecto de hacer que el cuerpo incremente la producción de proteínas inflamatorias que pueden ser las causantes de ataques cardiacos. En un estudio reciente se encontró que un grupo de hombres sedentarios que comenzó a ejercitarse caminando 30 minutos cinco veces a la semana redujo su nivel de CRP en treinta por ciento. Bajar de peso también ayuda. Se ha demostrado que las células grasas depositan en la sangre una sustancia llamada interleukin-6 que promueve la respuesta inflamatoria, causa daños a los huesos y sirve de señal para que el hígado produzca más CRP. Algunos investigadores señalan que el cuerpo de las personas obesas parece estar en un continuo estado de inflamación de bajo nivel, por lo que la reducción de peso es sumamente efectiva para reducir los estados inflamatorios crónicos.